Clavó su espada dorada en el terreno fangoso y con un grito
mudo clamó por la libertad de los oprimidos.
Nada quedaba de su antigua
predilección por las historias breves y superfluas ahora que abundaba en su
vida esta descomunal entrega hacia quienes menos voz tenían.
Nadie lo esperaba
de regreso de sus hazañas, nadie en este mundo de egoísmo y lucha.
Un secreto
se le develó una noche oscura y triste: quien a otro da, se regocija a sí
mismo.
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