viernes, 3 de julio de 2015

Zeta


Con la boca agrietada y las manos entumecidas por el frío corrió por la ciudad desierta en busca del manuscrito. La carta que había recibido la noche anterior ya no le parecía tan ajena a sus intereses como había creído y ahora lo obligaba a hacerse cargo de una herencia que no había siquiera soñado. Cuando llegó al 233 de la calle Richern empujó la puerta y, enardecido por la ansiedad de saber todo, buscó hasta en los rincones más recónditos. Encontró el sobre seis horas más tarde y de las cien hojas que abarcada el compendio, sólo una estaba escrita: era la última y rezaba “Z, este es fin de tu abecedario”.

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