Su raíz. Estaba allí enclavada salvajemente.
Al barro los tambores, al barro.
El golpeteo incesante de las manos sobre los cuerpos, en el piso, al compás de sus antepasados, los transportan y entregan a un trance divino.
No se equivocan los maestros de cien años cuando miran hipnotizados el fuego eterno de las batidas sobre la tela.
Resbalan las manos, las manos arden de tanto golpear.Los cuerpos se doblan, se agitan, se quiebran de locura. Se desgarran apasionados y la tierra vuela hacia un estadío superior.
Luces sin sobras, agua flotante, miradas esquivas en perfecta unión.
La tribu vive.
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