Conocí al hombre sin cuerpo. Que me abrazó sin brazos, me besó sin labios y me enamoró con palabras.
Conocí al hombre que nunca vi. Que imaginó mis manos, arrebató mi calma y se durmió conmigo y a la vez, sin mí.
Cedí al más tímido y primitivo de los enlaces, un enlace sensorial, asimétrico e inevitable (proclamado en sílabas amorosamente ordenadas en forma de desahogo y sin otra intención que la de exponerse).
Conocí al hombre sin cuerpo, que me hizo recordar cuándo las palabras muerden, queman, enfrían y aniquilan. Y que también pueden erigirse en la más cálida mentira.
Alguien dijo alguna vez: "Tu silencio no es más que una manifestación de tu cobardía". Ahora que tampoco hay palabras. Ahora, ahora te lo digo.
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