Día 9
Esperando a Mister Bojangles - Oliver Bourdeaut
Pág. 37
Así pues, yo ya había alcanzado uno de esos momentos críticos en los que todavía se puede elegir, en los que aún está en nuestra mano decidir nuestro futuro sentimental. En aquel instante me encontraba en lo alto del tobogán, a tiempo de volverme, bajar la escalerilla y marcharme, huir de ella poniendo como excusa una obligación tan ineludible como falsa. O bien podía dejarme llevar, tomar impulso y deslizarme por la rampa con la dulce sensación de que ya no podía decidir nada, de que ya no podía detener nada; dejar que mi destino siguiera un curso que yo no había trazado y, para terminar, aterrizar en un montón de arena dorada, mullida y movediza. Era consciente de que aquella chica no estaba del todo en sus cabales, de que sus delirantes ojos verdes ocultaban taras secretas, de que sus mejillas infantiles, ligeramente redondeadas, disimulaban las heridas de la adolescencia, de que a aquella hermosa joven, en apariencia despreocupada y risueña, la vida debía de haberla zarandeado y golpeado con dureza. Me dije que por eso bailaba como una loca, sencillamente para olvidar su tormentoso pasado. Me dije, como un idiota, que mi vida profesional se había visto coronada por el éxito, que era casi rico, bastante atractivo y podía encontrar una esposa normal con facilidad, llevar una vida ordenada, tomar una copa todas las tardes antes de cenar y acostarme a medianoche. Me dije que yo también estaba un poco tocado el ala y que no tenía derecho a encapricharme de una chica que lo estaba del todo, que nuestra relación sería como la de un hombre al que le falta una pierna con una mujer sin extremidades, que una unión así por fuerza tenía que cojear, avanzar a tientas en direcciones inverosímiles. Estaba a punto de rendirme, me había asustado del caos futuro, el perpetuo torbellino que aquella joven se proponía venderme rebajado, como en un anuncio publicitario, contoneándose con entusiasmo. Y de pronto, al sonar las primeras notas de un tema de jazz, me pasó el chal de gasa alrededor del cuello, me atrajo hacia ella bruscamente, con fuerza, y nos encontramos mejilla con mejilla. Y comprendí que seguía haciéndome preguntas sobre un asunto ya zanjado, que me deslizaba hacia aquella preciosa morena, que ya estaba en mitad de la rampa, que me había lanzado hacia la niebla sin siquiera darme cuenta, sin señal de aviso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario