Corría, y en su carrera contra el tiempo retrocedía.
Se sacó
los zapatos y la ropa para verse desnudo pero sólo consiguió afirmarse en una
de sus tantas máscaras: la del descaro y la mentira.
Tocaron a la puerta y el
sonido seco lo ensordeció. El silencio congeló el espacio por un momento. Fue
al encuentro del visitante impostando una valentía que no sentía y cuando lo
tuvo de frente, sólo atinó a derretirse hasta desaparecer.
No quedó rastro de
aquel hombre, sólo su ropa sin piel, ni historia. Sin olor.
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