Se cruzaron en una esquina perdida de la ciudad una noche de
luna gris en la que la lluvia amenazaba con desterrar los malos augurios vaticinados
para esos días. Se miraron de frente, con los ojos nublados por lo espeso del
aire y con un flechazo simétrico y paralelo quedaron atados de por vida.
Caminaron errantes sin palabras pero con la convicción de que nada sería más
certero que ese encuentro fortuito, hasta que se les gastó la risa, se les
blanqueó el cabello y se arrugó su piel.