La abrazó tan fuerte como pudo, fuerte para no sentirla,
fuerte para hundirse en ella, fuerte para marcarla y marcarse el cuerpo como
con un sello.
Y después, esquivando la mirada para no herirla con su verdad
escapó a un lugar seguro, donde no lo enlacen, donde no intervenga la emoción
de quererla, donde no hubiere que arriesgarse a perder lo que él siempre creyó
era su vida.
Guardó silencio en su exilio y también guardó profundo el dolor
irremediable de saberse cobarde.